Permanecer de rodillas



¿Quieres ser conocido en el cielo?

Permanece de rodillas ante Dios y cree en Él a pesar de las circunstancias.

Cuando todo se torne gris en medio de las luchas... ora y no dependas sólo de tus talentos y habilidades.

En tu tiempo de angustia confía en las fuerzas y las posibilidades de Dios.

Descubrirás, 
entonces, que 
cuando estás ante 
Él de rodillas, 
eres invencible.

¡Dobla tus rodillas!


El secreto para salir victorioso de cada una de nuestras pruebas está en la intimidad que tengamos con Dios.

Debemos vivir una vida de rodillas ante Él, porque en nuestras rodillas está la clave… en ellas hay poder.

Cuando oramos a Dios con fe, algo sucede en nuestro interior. A través de tu oración, Dios por medio de su Espíritu Santo nos muestra lo que está bien y lo que está mal.

Ni tú, ni yo, ni nadie, puede permitirse que sus rodillas se debiliten. Aún quebrantados, tenemos que seguir peleando nuestras batallas de rodillas. 

Porque hay cosas en las que Dios sólo puede obrar cuando nosotros se lo permitimos.

Entremos al tiempo de Dios. No le digamos a Dios cuán grande es nuestra prueba; sino que le digamos a la prueba cuán grande es nuestro Dios.

¡Desafía la montaña doblando las rodillas!
¡Tu vida será bendecida!
¡Recibirás las fuerzas para seguir luchando!

Orar de rodillas en la Biblia



Diferentes pasajes de la Biblia nos muestran momentos en que hombres y mujeres de fe se hincan de rodillas sintiendo profundamente la presencia del Señor.


Incluso Jesús ora de rodillas. En el momento más terrible de su vida se le ve arrodillarse para la oración de la agonía en el Huerto de los Olivos (Lucas 22, 41), "caído en tierra" (Marcos 14, 35) o con "el rostro contra la tierra" (Mateo 26, 39).


Orar de rodillas es una postura normal en la oración para expresar la súplica en la adoración (Efesios 3, 14) y para reconocer que "en el nombre de Jesús toda rodilla se dobla en el cielo y en la tierra" (Filipenses 2, 9-11).


Y, así, en otras ocasiones se nos presenta la fuerza de postrarse de rodillas en señal de humildad, como Jesús que se humilla ante sus discípulos lavándoles los pies para mostrarles la vida en clave de servicio.


Porque orar de rodillas, en el silencio del aposento, es una hermosa manera de hacer apostolado, de evangelizar, de ser testigos del Evangelio.

Nuestro cuerpo ora



     El que ora de rodillas reconoce la grandeza de Dios. Se arrodilla ante el Señor con humildad. No se siente avergonzado ni humillado. Es un hijo, es libre.

     Nunca es más grande el ser humano que cuando está arrodillado. Nuestro cuerpo expresa una actitud interior de humildad, gratitud o adoración.

     Orar de rodillas puede expresar el reconocimiento del propio pecado; el sentimiento necesidad de Dios; o, sencillamente, de oración concentrada e intensa.

     El orgulloso no inclina la cabeza: se mantiene de pie. Nuestro ser íntimo, cuando nos arrodillamos, muestra respeto ante Dios, se sitúa en su presencia. 

     Orar de rodillas da fuerza a las palabras, ayuda a nuestra fe. Todo nuestro ser es el que entra en relación misteriosa de fe y comunión con Dios.

Los gestos de humildad

En la celebración litúrgica católica hay gestos que quieren expresar la actitud interior de humildad. Nuestra postura ante Dios, sin perder el tono de alegría y confianza filial que tenemos como cristianos, no puede ser otra que la de adoración y humildad. Y en algunos momentos lo expresamos así claramente.

Los golpes de pecho.


Uno de los gestos penitenciales más clásicos es el de darse golpes de pecho.  Así describe Jesús al publicano en Lucas 18,9-14. El fariseo oraba de pie: "No soy como los demás…". En cambio el publicano no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo; sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador". Y esa es también la actitud de la muchedumbre ante el gran acontecimiento de la muerte de Cristo: "Y todos los que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho..." (Lucas 23,48). 

Es uno de los gestos más populares, al menos en cuanto a expresividad. Todos recordamos la imagen de San Jerónimo golpeándose el pecho con una piedra. En el Pórtico de la Gloria, de Santiago de Compostela, el arquitecto-escultor, Maestro Mateo, artífice de la maravillosa obra, se representó a sí mismo al pie de la columna central, al fondo de la iglesia, de rodillas y dándose golpes de pecho.

Cuando para el acto penitencial, al inicio de nuestra Eucaristía, elegimos la fórmula del "Yo confieso", utilizamos también nosotros el mismo gesto cuando pronunciamos las palabras "por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa".

El significado de este movimiento no necesita grandes explicaciones. Golpearse el pecho es reconocer la propia culpa, es apuntar a sí mismo, al mundo interior, que es donde sucede el mal. Y sacudiendo el propio pecho manifestamos que queremos cambiar y convertirnos. 

Es un recordatorio pedagógico de nuestra situación de pecadores y, a la vez, la expresión del dolor que sentimos y del compromiso de nuestra lucha contra el mal. Y por tanto, tiene un lugar privilegiado en el Sacramento de la Reconciliación.

        Las inclinaciones.

Inclinar la cabeza o medio cuerpo es un gesto muy común para indicar respeto y reconocimiento de la superioridad de otro. Se usa en la liturgia y en la vida social. En nuestras celebraciones lo hacemos en diversos momentos. Inclinamos la cabeza, a modo de reverencia, ante una imagen sagrada, o ante el obispo, o al nombrar a las tres Personas de la Trinidad (por ejemplo en el "Gloria al Padre"). Hace inclinación profunda—desde la cintura—el sacerdote que se acerca al altar al principio y al final de la celebración; el diácono que va a proclamar el evangelio, mientras dice en secreto la oración preparatoria; el sacerdote en la oración que recita, también en secreto, antes del lavabo; los concelebrantes, después de la elevación del Pan y del Vino, mientras el presidente hace la genuflexión, etc. Una inclinación así, sencilla o profunda, es un gesto claramente expresivo del humilde respeto que sentimos en el momento en que pronunciamos una oración de humildad ante Dios.

La genuflexión.

Esta misma actitud de respeto, pero subrayando más todavía el aspecto de humildad y adoración, es lo que quiere expresar la genuflexión.Es un gesto heredado de la cultura romana, como signo de respeto ante las personas constituidas en autoridad. Y desde el siglo XII se ha convertido en el más popular símbolo de nuestra adoración al Señor presente en la Eucaristía. Es una muestra de la fe y del reconocimiento de la Presencia Real. Es todo un discurso corporal ante el sagrario: Cristo es el Señor y ha querido hacerse presente en este sacramento admirable y por eso doblamos la rodilla ante Él. 

Actualmente el sacerdote que preside la Eucaristía hace tres genuflexiones: después de la consagración del Pan, después de la del Vino, y antes de comulgar.

El gesto se ha convertido en uno de los más clásicos para expresar la adoración y el reconocimiento de la grandeza de Cristo, o también la actitud de humildad y penitencia.

         Orar de rodillas.

Orar de rodillas es un gesto todavía más elocuente que la genuflexión o la inclinación de cabeza que puede tener varias connotaciones. A veces es un gesto de penitencia, de reconocimiento del propio pecado; otras, de adoración, sumisión y dependencia; o bien, sencillamente, de oración concentrada e intensa.

Es la postura que encontramos tantas veces en la Biblia, cuando una persona o un grupo quieren hacer oración o expresan su súplica: "Pedro se puso de rodillas y oró", antes de resucitar a la mujer en Joppe (Hechos 9,40); “Pablo se puso de rodillas y oró con todos ellos", al despedirse de sus discípulos en Mileto (Hechos 20,26). Como también fue la actitud de Cristo cuando, en su agonía del Huerto, "se apartó y puesto de rodillas oraba: Padre si quieres..." (Lucas 22,41). 

En los primeros siglos no parece que fuera usual entre los cristianos el orar de rodillas. Más aún, el Concilio de Nicea lo prohibió explícitamente para los domingos y para todo el Tiempo Pascual. Más bien se reservó para los días penitenciales. Una costumbre que llegó hasta nuestros días en las Témporas, cuando se nos invitaba a ponernos de rodillas para la oración: "flectamus genua"... 

Más tarde, a partir de los siglos XIII-XIV, la postura de rodillas se convirtió en la más usual para la oración, también dentro de la Eucaristía, subrayando el carácter de adoración. 

Actualmente durante la Misa sólo se indica este gesto durante el momento de la Consagración, aunque normalmente se hace ya desde la invocación del Espíritu o Epíclesis, expresando así la actitud de veneración en este momento central del misterio eucarístico. Se ha reducido, por tanto, esta postura en relación a lo que todos hemos conocido, cuando prácticamente estábamos de rodillas durante toda la Plegaria Eucarística así como durante la comunión o al recibir la bendición. 

Sigue siendo, con todo, la actitud más indicada para la oración personal, sobre todo cuando se hace delante del Santísimo. También es el modo más coherente para expresar; en la celebración penitencial, la actitud interior de conversión y dolor. Por ejemplo, en las celebraciones comunitarias de la Reconciliación, se recomienda en el Ritual que el "yo confieso" o la fórmula que se elija para expresar el arrepentimiento personal, se diga de rodillas o con una inclinación profunda (OP 27.35.79), manifestando así quiénes quieren recibir la absolución del sacerdote. En la celebración individual, aunque la acusación se haya hecho sentados, para el acto de la absolución se indica que el ministro se ponga en pie, mientras que el penitente expresa su actitud penitencial de rodillas (OP 63). Así el  "ponerse en pie" y el caminar es todo un símbolo para un cristiano que se siente gozosamente reconciliado con Dios y con la Iglesia. 

Tampoco hace falta mucho esfuerzo para captar todo el sentido de  esta postura. El que ora de rodillas reconoce la grandeza de Dios y su propia debilidad. Se hace pequeño ante el Todo Santo: ¿no es ésta la actitud fundamental de la fe cristiana? Ciertamente el que se arrodilla ante Dios, con humildad, no se siente avergonzado ni humillado, ni tiene conciencia de esclavo. Es un hijo, es libre, por la misericordia de  Dios: pero nunca olvida su condición débil y su dependencia total de Dios. "No deberíamos perder la experiencia que supone ponernos de rodillas delante de Dios: mostrar visiblemente nuestra humildad, nuestro anonadamiento y adoración ante su Misterio. Orar en nuestra habitación o ante el sagrario de rodillas nos ayuda pedagógicamente a nosotros mismos a situarnos en la actitud humilde y confiada que nos corresponde delante de Dios" ("Claves para la oración", Dossier CPL n. 12, p. 85). 

Alguien ha dicho que nunca es más grande el hombre que cuando está arrodillado. Y es útil que también nuestro cuerpo, con su actitud, exprese las actitudes interiores de humildad, penitencia o adoración.

Postración.

Postrarse en tierra es el signo de reverencia, humildad o penitencia en su máxima expresión. Es la imagen gráfica del respeto y de la humildad: como Abraham que "cayó rostro en tierra y Dios le habló" (Génesis 17,3), como los hermanos de José que "se le inclinaron rostro en tierra" para mostrarle su respeto y pedirle perdón (Génesis 42,ó; 43,26.28; 44,14); como Moisés "que cayó en tierra de rodillas y se postró" ante el Dios de la Alianza (Éxodo 34,8); como hacían los enfermos que pedían a Cristo su curación (Mateo 8,2; 9,18) o los que le querían mostrar sus sentimientos de adoración (Mateo 14,33; 28,9). 

En nuestra celebración litúrgica hay dos momentos en que todavía se indica esta postura de la postración total. El Viernes Santo, el sacerdote presidente "puede" dar inicio a la celebración con unos momentos de oración de rodillas; pero sigue siendo mucho más expresiva la postración total en el suelo. Es un retrato vivo de un hombre que se concentra en la oración, con humildad y con intensa fe ante el Misterio que va a celebrar. En las ordenaciones, durante las letanías de los Santos que reza toda la comunidad, los candidatos al sacramento se postran también en tierra, mostrando su total disponibilidad y preparándose para recibir la gracia del Espíritu. 

Normalmente nuestra adoración ante Dios o la actitud de oración la expresamos de otras maneras más suaves, sin llegar a la postración: un canto de alabanza, una genuflexión, una inclinación. Pero no tendríamos que dejar desaparecer este signo tan elocuente de nuestra actitud de anonadamiento ante Dios.

         El gesto y la actitud interior.

Donde tenemos que arrodillarnos, en señal de humildad, de adoración o de arrepentimiento, es en nuestro interior. Ahí es donde tenemos que reconocer ante Dios nuestra debilidad y nuestro pecado. El orgulloso no inclina la cabeza, no se arrodilla: está en pie, tieso, autosuficiente. Es nuestro ser íntimo el que debe mostrar el respeto a Dios, y hacerse pequeño ante El, reconociéndole superior. Pero el lenguaje de nuestro cuerpo nos ayuda a expresar esa fe interior. El gesto exterior es la realización global—alma y cuerpo—de nuestros sentimientos: los expresa y los alimenta continuamente. Orar de rodillas, hacer la genuflexión ante Cristo, postrarnos ante El, darnos golpes de pecho, inclinar nuestra cabeza: todo eso nos recuerda continuamente nuestra condición, da fuerza a las palabras, ayuda a nuestra fe. Las actitudes del cuerpo no son lo más importante: pero, en sintonía con la postura interior, tampoco son indiferentes a la hora de expresar nuestra relación con Dios, el Todo-Otro, el Santo, el que nos invita a participar en su Misterio. 

No deberíamos descuidar este lenguaje corporal, ni estilizarlo hasta tal punto que ya no exprese nada. En los momentos en que, por ejemplo, se nos invita a hacer una genuflexión o una inclinación profunda, o bien cuando en otras celebraciones queremos manifestar nuestras actitudes penitenciales o de oración recogida e intensa, no tendríamos que tener miedo a hacer con claridad estos gestos. Es todo nuestro ser, y no sólo nuestra mente o nuestro corazón, el que entra en esa relación misteriosa de fe con el Misterio de Cristo que celebramos en nuestra liturgia. 

El poder de tus rodillas

Tarde o temprano, a todos nos llega el momento en que necesitamos ser auxiliados por Dios en medio del embate de las luchas que estamos atravesando. Y, generalmente, en esos momentos se nos olvidan esas mismas palabras de ánimo que le decíamos a otros cuando atravesaban el dolor. 

Les decíamos que Cristo es el único que tiene la respuesta y nosotros, ahora, nos precipitamos queriendo tomar el control en nuestras manos.

El verdadero secreto para salir victorioso de tu prueba está en la intimidad que tienes con Dios. 

Prácticamente tendríamos que vivir una vida de rodillas ante Él. 

Esto no quiere decir que estés orando arrodillado las veinticuatro horas del día; sino que en tus rodillas está la clave, porque en ellas hay poder. 

Cuando oramos y clamamos a Dios con fe, algo maravilloso sucede en nuestro interior. A través de tu oración, Dios por medio de su Espíritu Santo te va mostrando qué está bien y qué está mal. Es por eso que no podemos permitir que nuestras rodillas se debiliten. Aunque estemos quebrantados, tenemos que seguir peleando nuestras batallas. Y hay que hacerlo de rodillas.
Hay ocasiones en las que debemos guardar silencio, sin levantar tus manos. Es el momento de hacer nada. Simplemente, doblar tus rodillas y hablar con Dios en oración. Desafía tu montaña doblando tus rodillas y yendo en oración. Tu vida será bendecida y recibirás las fuerzas que necesitas para seguir luchando, viviendo y peleando tus batallas.