Nunca es más grande el ser humano que cuando está arrodillado. Nuestro cuerpo expresa una actitud interior de humildad, gratitud o adoración.
Orar de rodillas puede expresar el reconocimiento del propio pecado; el sentimiento necesidad de Dios; o, sencillamente, de oración concentrada e intensa.
El orgulloso no inclina la cabeza: se mantiene de pie. Nuestro ser íntimo, cuando nos arrodillamos, muestra respeto ante Dios, se sitúa en su presencia.
Orar de rodillas da fuerza a las palabras, ayuda a nuestra fe. Todo nuestro ser es el que entra en relación misteriosa de fe y comunión con Dios.